Traiciones

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El mecanismo de la traición es siempre reversible. No hablo de devolver golpe por golpe. Hablo de la inevitable caída en cuenta de que toda traición desvela una traición original a uno mismo. ¿Traición a que? A algo que uno se resiste a ser. De alguna manera. El otro lado de la traición, el dolor de que un ser en el que se ha depositado la confianza, o el amor, o el deseo, o lo que sea, nos traicione, sólo es una manifestación de esta ceguera voluntaria. Además, sentirse traicionado es una señal innegable de que uno todavía anda encadenado al tobillo de la importancia personal. De que uno es una bola pesada que nuestra propia inflación arrastra por el mundo.
Pero duele. Duele el golpe cuando por necesidad, el destino lo convoca desde el exterior. Duele porque uno anda tan ciego, tan encerrado en sus propias premisas, que es inesperado. No duele tanto el golpe en sí, como la incomodidad a la que nos arroja, de repente. Sin previo aviso, algo nos lanza al vacío. Y en la caída no tiene sentido ni el lamento ni muchísimo menos la venganza. Lo único que tiene sentido es entregarse a esa caída completamente, no apartarse del presente. No pensar en lo que hubiera debido ser, porque lo que hubiera debido ser nunca existió realmente.

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El mecanismo de la traición sólo señala hacia lo evidente. Lo evidente que uno, sea por las razones que sean, se ha apartado de sí mismo, se ha abandonado a sí mismo: me siento traicionado, lo di todo, no me lo esperaba, de cualquier persona menos de ti….coacciones. Basta un sincero diálogo con el interior para dejarse de estas chorradas. La traición es solo un suceso, lo que interesa es el mecanismo que pone en marcha, el dolor que nos despierta. La infancia eterna que se resiste a crecer. La conclusión no es que ya no se pueda confiar en nadie. La lección siempre es que uno no confía lo bastante en si mismo, que hay una falta de amor propio, que uno sigue buscando padres, madres, hermanos por allí. La lección es que uno todavía no ha aprendido a mantenerse en su propio centro. A auto-sostenerse. A quedarse allí pase lo que pase, esté con quien esté.
Todo sentimiento de traición es un reducto de una necesidad infantil. Es legítimo, pero pertenece al pasado. Y la gente traiciona o se siente traicionada porque vive en otra parte. Esa otra parte es nuestra infancia. La necesidad que sea por las razones que sea, se vio truncada. La necesidad que sigue buscando su gestalt para concluirse. Este sentimiento no puede resolverse a no ser que uno indague honestamente en el mecanismo, pero para indagar hace falta querer desprenderse de la importancia personal. Como casi nadie quiere hacer esto, lo que sólo fue un detonante cuya función era desvelar nuestra falta de amor propio, el exceso de nuestras expectativas, se convierte en un cáncer corrosivo que se instala en una bolsa en nuestro interior, en un hígado etérico paralelo.

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Uno se siente traicionado por alguien, ese alguien desaparece, y la única rastrera forma que tenemos de devolver el golpe es traicionar a algún otro. Es como si habilitáramos un depósito en nuestro interior sólo para tal fin. Cuando llega la relación, la persona adecuada, empezamos a drenar el veneno, y a su debido tiempo, se lo arrojamos a la cara. Ese veneno a su vez terminará en su propio depósito, y así nos pasamos la vida en una cadenas de venganzas inconscientes sin fin, siguiendo al pie de la letra una ley no escrita del ojo por ojo, pero grabada a fuego en nuestro interior, sin llevarla jamás a la luz de la conciencia. Es necesario parar cuando el sentimiento de la traición nos de retortijones. Descender más profundo que el depósito de la rabia que ya teníamos acumulada, y que encuentra en la traición una perfecta forma de justificarse. Un excelente modo de cobro.
Hay que llegar a la tristeza. Al verdadero timo con el que nosotros mismos nos timamos. A la pena de no tener aun la suficiente cantidad de amor por nosotros mismos como para necesitar esa ceguera voluntaria que despierta de repente ante el golpe. Es necesario llegar a la necesidad de ver, a la necesidad de ver negada, sea lo que sea que la traición nos muestre. No del otro. Hay que olvidarse del otro, y no por rencor, sino por ahorro. Es necesario olvidarse de lo que ha hecho el otro y concentrarse en lo que nos ha hecho sentir. Y una vez en este sentimiento, comenzar a descender. Sin miedo, sin una falsa compasión. La traición es una caída al vacío. Hay que aprender a caer. Pasar a otro nivel, a otra liga en la que jamás hemos jugado. Atreverse a ir allí. Y dejar que quien sea que nos ha herido siga su camino. No devolver el golpe, no desperdiciar la energía. Emplearla para lo que verdaderamente nos incumbe: aprender a amarnos realmente.

*Texto extraído de un libro en preparación, todos los derechos reservados.


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