Poliamor

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¿Qué significa el poliamor? ¿Es el poliamor una excusa?

Hoy he hablado con una amiga (a la que por cierto, creía erróneamente poliamorosa) sobre el tema. “Me parece un privilegio del hombre, y en algún caso de alguna que otra mujer que juege a ser hombre, pero si el hombre (y la mujer) es sincero, descubrirá que es solo una excusa”.

¿Pero excusa de qué, para qué? ¿Para tapar una necesidad polígama encubriéndola de un sentimiento que curiosamente puede exportarse de cama en cama? ¿De un «te quiero a ti pero ahora te dejo porque también quiero a otra quiero estar con otra»? Y a otra y a otra y a otra… Cuando el otro llega a cierto número no es posible que el sentimiento siga siendo algo personal. Se convierte mas que nada en una percha en el que colgar nuestros disfraces amatorios.

Él: “No, con cada mujer lo siento distinto, y no es sólo sexo porque el sexo en si mismo no me interesa”. ¿Y que le interesa pues? ¿Tener una excusa romántica para follarse a quien le venga en gana? No, porque para eso no necesito excusas. Lo que le interesa es poseer a la mujer, hacerla suya, que se cuelgue, cuanto mas profundo o mas alto mejor. ¿Pero por qué? ¿Para qué? ¿Por venganza? ¿Por puro aburrimiento? ¿Por adicción a la intensidad? ¿Por narcisismo?

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Hay una especie de falta de identidad, de ausencia de núcleo del yo que necesita de un refuerzo constante, y en este caso, el refuerzo llega de esta manera: «yo soy el que te hace sentir. Y al sentir tú yo también siento». Y en este sentimiento puedo reconocerme como alguien, aunque sea reflejado en una clase de confuso espejo amatorio. Lo que en un lenguaje psico-patológico vendría a definir un trastorno límite de personalidad. Búsqueda compulsiva de intensidad como gatillo disparador de espejos que puedan concedernos alguna identidad. Si el disparador funciona y resulta efectivo, el mecanismo se repite. Y lo que llamamos poliamor se resuelve en un dar lo que el otro necesita para simplemente existir en esa necesidad. 

¿Patético? No, mas bien triste. Pero muy eficaz (o si no que se lo pregunten a ciertas mujeres). Por supuesto, las mujeres presas (o predadoras, porque toda presa es en realidad un predador y viceversa) del hechizo amatorio también proyectan su propio material,  porque uno se convierte a todas todas en un gancho vacío. Disponible: “Coño, dice una mujer, mira tu que precioso perchero, y yo con este abrigo que me pesa tanto”. Y ya está hecho. Bajo ningún concepto se pregunta que hace el perchero alli, ni quien lo ha puesto ni como ha llegado. Resulta que el perchero responde a una necesidad. No hay nada mas que plantearse, porque a nivel inconsciente las necesidades son la fuerza mas poderosa que existe.

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Foto por AMILCAR MORETTI. Buenos Aires-La Plata. Argentina www.moretticulturaeros.com.ar

Luego llega la inevitable confluencia de necesidades, y la confusión que de eso se origina. Ella: “yo solo te quiero a ti, y necesito que lo que me das sea solo mío. Él: “mira, es que realmente necesito colgarme mas abrigos porque resulta que aun tengo sitio para colgar”. Cólera. Riña. Dos o tres revolcones de por medio. Un poco de paz. Pero no menciones la palabra poliamor. Una mujer se pondrá celosa si te declaras polígamo, pero no es nada que ella no pueda solventar follándose a otro. Pero si te declaras poliamoroso, se te quedará mirando en silencio (un silencio sepulcral), y si tienes suerte se engañará diciéndose que ella también lo es o lo lo será o que simplemente podrá con ello.  Si no tienes tanta suerte, te dará la extrema unción, no antes de haber examinado y reducido tus argumentos poliamorosos a polvo de ceniza.

Así es la cosa. Y no les falta razón. La poligamia deja rastro, pero este rastro es fácil de seguir. Con el poliamor es todo mas confuso a no ser que uno se tome el trabajo de desglosar y examinar cada una de sus formas de amar, de a quien ama y de por que lo ama.

A mí me gusta pensarme como un hombre griego. En Grecia el poliamor era aceptado porque a ningún alma se le ocurriría la loca idea de que una sola persona pudiera satisfacer todas las formas en las que el amor necesita expresarse. Desde la ephitemia hasta el ágape, pasando por la philia y el eros. 

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La philia, el amor admirativo, es algo que uno puede solucionar con los amigos, a no ser que se tenga dificultades en tener amigos. Sin embargo, esto se solucion facilmente porque siempre hay alguien en la vida al que  se admira y que nos infunde inspiración a través de esta admiración. Al que  se ama de esta manera. Románticamente.

La ephitemia, o el amor sensual, es una forma tan básica y primitiva de amor, que se puede hacer difícil también poder limitarla a una sola persona. No digo que no haya quien pueda hacerlo. Lo que yo digo es que uno no necesita de una pareja ni de una amante para solventar sus necesidades sensuales. En mi caso, mi ephitemia podría darse prácticamente con el 90% de la humanidad, y me atrevería a decir, que también con seres no humanos, árboles, plantas, rocas y animales, porque la ephitemia es el amor sensual, y los sentidos pertenecen al mundo. 

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El Eros, sin embargo,  juega a otro nivel dentro del poliamor, y probablemente todos los problemas de celos que suscita se originan exactamente en este nivel, porque en este dinamiza emociones y sentimientos con el fin de transformarnos. Aquí se entiende que el poner el eros en otra mujer, o de mujer en mujer, signifique el fin de una relación, porque algo en el intercambio profundo de energía exige cierta fidelidad al proceso de intercambio, mientras dure, sin mezclarlo con otras energías. Quizás la única forma de prevenir los ataques celotípicos que es capaz de generar el eros sea, como dice Richard Idemon, volcarlo en otros ámbitos de nuestra vida. 

Idemon pone el ejemplo de las relaciones terapéuticas como el tipo de relaciones que mejor pueden utilizar la energía erótica como herramienta de transformación. Es de suponer que aunque uno no sea terapeuta, puede encontrar el modo de utilizar el eros en su trabajo, o en otro tipo de relaciones no explícitamente eróticas, aunque luego lo sean, aunque no en el mismo nivel en el que estamos acostumbrados a hablar del erotismo. Lo chungo del amor a nivel de eros, es que donde hay eros siempre hay tanatos.

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Es decir, que en cualquier relación erótica aparece inevitablemente un impulso de muerte. Que este impulso de muerte, que el morirte dentro del vientre de una mujer, cuando haces el amor con ella, no sea lo suficientemente fuerte, o sea demasiado amplio, o impersonal, o lo que sea, como para que puedas morirte dentro del vientre de otra mujer, es algo que ninguna mujer olvida, porque de algún modo, o creo que esto es lo que quería decir mi amiga, cuando una mujer te abre su viente, sus entrañas, «te las abre exclusivamente a ti». Sentir que no tratas su apertura de una forma sagrada significa, en la mayor parte de los casos, perderla para siempre.

La cuestión es: ¿equivale la «no exclusividad» a no tratar esta apertura sagradamente? Hablo en el caso del hombre. Si yo me entrego completamente a ti, recibiendo y llenando tu apertura, ¿significa que no puedo entregarme a otra mañana, recibiendo y llenando la suya? Pregunto.

Se que me expongo a que me llamen lo que sea. Lo que sea que la proyección de la cólera femenina de haber sido «engañada» en esta entrega sagrada durante siglos quiera o hacer con el perchero, mio o de cualquiera,  pero a estas alturas de mi vida tengo poco que perder. Es más, me dejo en el tintero cosas que incluso yo tengo que aprender a digerir en lo que a la sexualidad y el amor humanos se refiere.

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Pero vivir el poliamor, aunque sea una taimada excusa para no morir y renacer “en un solo vientre” también es una jodienda. Hablo a nivel del eros, porque a nivel de Ágape es otra cosa.

El Ágape se me antoja precisamente la resolución a esta jodedura en la que nos deja el juego de Tanatos/Eros. Pero ojo, no es una resolución facilona a nivel del desapego acuariano, o a nivel del amor incondicional nueva era que no tiene la mas puta idea de lo que significa venir de ser cocido a no se cuantos cientos de grados centígrados. No. El Ágape debe de ser una especie de liberación del deseo en el núcleo del deseo mismo. La unión armoniosa del deseo y del amor, si es que eso existe, que yo no lo sé. La necesaria ritualización de nuestra necesidad de integrar en nosotros y en el otro, con nosotros y con el otro, lo mas alto y lo mas bajo. 

Algo que por cierto, también hacían los griegos, y que hemos olvidado por completo. Buscar un lugar, un contexto, un amante, o varios con los que ritualizar lo mas profundo, escandaloso, vulnerable, sucio, inocente, ambiguo de todas nuestras necesidades. Y hacerlo conscientemente, en un entorno creado precisamente para que todos nuestros miedos tengan cabida, para que no necesitemos nunca mas poner el poliamor como excusa de una práctica que vivimos clandestinamente, sintiendo que es lo que realmente necesitamos hacer, pero haciéndolo, todavía, pasando de puntillas, intentando no despertar a un dragón durmiente que lleva siglos despierto, esperando precisamente a que seamos nosotros los que despertemos. Pero despertar y encontrarse con su mirada, con su cuestionamiento, con la pregunta: “¿estas realmente haciendo todo lo que realmente necesitas hacer?”, no es nada fácil. Acojona. De la cabeza a los pies, literalmente». 


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